Cuando el campo arde: medidas urgentes y necesarias para frenar los incendios en época de siega

Cuando el campo arde: medidas urgentes y necesarias para frenar los incendios en época de siega.

Porque la chispa más pequeña puede arrasar hectáreas enteras

España, verano, calor que aprieta, cielo que se agrieta por la sequedad y un enemigo silencioso que lo devora todo: el fuego. No hace falta que se declare oficialmente una ola de calor; basta con salir al campo y ver el suelo cuarteado, las mieses doradas crujientes y el monte esperando —como pólvora húmeda— una chispa, un descuido, un mal paso. Y es que, como bien sabemos, cada incendio forestal tiene nombre, origen y prevención posible. Lo difícil no es apagarlo. Lo complicado, señores, es no provocarlo.

Los márgenes que salvan cosechas y vidas

La Unión de Campesinos de Segovia (UCCL), esa voz que no se escucha lo suficiente, ha querido recordar a todos los hombres y mujeres del campo que existen planes de vigilancia rural, normativas con más sentido común que burocracia, que buscan precisamente lo que todos queremos: que el fuego no encuentre excusas.

En zonas rústicas próximas a masas forestales —pongamos 400 metros a la redonda— hay que actuar con responsabilidad. Si su terreno está a menos de 100 metros de un bosque, no basta con cruzar los dedos ni mirar al cielo pidiendo lluvia. Hay que establecer franjas de seguridad, cortafuegos naturales. ¿Cuánto? Tres metros, al menos. Nueve, si está pegando a una masa forestal. Y todo esto antes del 10 de septiembre, cuando los campos siguen respirando calor y los rastrojos siguen siendo amenaza.

Apicultores: guardianes del equilibrio, también vulnerables

Los apicultores, esos héroes silenciosos que miman las colmenas bajo un sol que castiga sin tregua, también están en la diana del fuego. No solo por el calor que padecen sus abejas, sino por el riesgo que supone manejar fuego —sí, fuego— en plena temporada seca. El ahumador, herramienta indispensable para controlar la colmena, puede volverse enemigo si no se usa con cabeza.

Por eso, UCCL no se anda con rodeos: hay que tener una zona cortafuegos de tres metros alrededor de cada explotación, una mochila de 16 litros de agua (no una garrafa de refresco vacía, ojo), y un extintor ABC, como Dios manda.

Y aquí es donde conviene detenerse. Porque cuando hablamos de prevención, no hablamos solo de buenos deseos. Hablamos de herramientas concretas. Hablamos, por ejemplo, de extintores comprar en condiciones. Ni oxidados, ni caducados, ni prestados de hace cinco años. Hablamos de tener el equipo operativo y al alcance de la mano. ¿Cuántas veces se ha perdido una colmena por no tener un extintor a tiempo? Más de las que se admiten.

Comprar extintor: más que una inversión, un deber

En este contexto —y no me vengan con fórmulas huecas como «en el mundo de la apicultura» o “en el contexto rural”—, lo cierto es que si usted está en el campo, necesita un extintor sí o sí. Y si no lo tiene, es el momento de comprar extintor, sin excusas, sin demoras. Hablamos de equipos que no superan los 30 euros y que pueden salvar una vida. Piense en ello antes de que la manguera del vecino no llegue.

Y no, no se trata de tener uno en el maletero del coche. Se trata de tenerlo colgado, señalizado, revisado y a la vista, como se tiene una hoz o un rastrillo: al alcance del brazo y en perfecto estado.

Cantidad de extintores por metro cuadrado

¿Cuántos extintores debe haber por metro cuadrado? Es una pregunta recurrente y respuesta técnica, pero sencilla. Aunque depende de la actividad y del riesgo, la normativa general indica que debe haber un extintor por cada 100 m², como mínimo. En instalaciones con riesgo especial —como zonas de maquinaria agrícola, graneros, o colmenares—, conviene ser más generoso: uno cada 75 m² o incluso cada 50 m² si hay materiales inflamables. Porque aquí no se trata de cubrir el expediente: se trata de ganar segundos al fuego.

Si su nave agrícola tiene 300 metros cuadrados, no se conforme con un extintor. Ponga tres. Y si hay distintos niveles o compartimentos, uno en cada espacio aislado. No hay excusa que valga cuando las llamas bailan cerca.

El fuego no perdona: reaccione, no lamente

No hay verano sin noticias de incendios. No hay telediario de julio sin imágenes de helicópteros, brigadas forestales exhaustas y vecinos con lágrimas en los ojos. Porque el fuego no es una estadística: es una tragedia. Por eso, cuando todo falle —porque a veces todo falla—, lo único que queda es la reacción rápida. Y esa reacción empieza por marcar el 112, describir con calma la situación y esperar instrucciones sin exponerse.

Pero aún más importante que saber reaccionar es no provocar el incendio. Y eso se hace con conciencia y equipo adecuado. No hace falta ser ingeniero forestal para entender que un rastrojo seco arde más rápido que el papel. Basta con mirar el terreno, sentir el viento y recordar lo que está en juego.

Un deber compartido: el monte es de todos

La prevención de incendios no es un asunto exclusivo del agricultor o del apicultor. Es cosa de todos. Porque el monte es patrimonio colectivo, porque las cenizas no entienden de lindes ni de escrituras. Un descuido en una parcela privada puede costar millones en terreno público. Una chispa en una cuneta puede borrar siglos de vegetación. Y todo por no haber desbrozado a tiempo. Por no haber comprado un extintor. Por no haber prestado atención.

¿Quién puede dormir tranquilo sabiendo que no hizo lo suficiente?

Cuidar el campo es cuidar el futuro

El verano español es una postal bellísima, pero también una prueba. Una prueba de civismo, de prevención y de respeto al entorno. Los incendios no son inevitables. Son, en su mayoría, evitables, previsibles, controlables. Pero para eso hay que actuar antes. No después.

Así que la próxima vez que salga al campo, mire a su alrededor y pregúntese si ha hecho todo lo posible. Y si no, empiece por lo básico: desbroce, señalice, forme a sus trabajadores, y compre extintores adecuados.

Porque el fuego no espera.