Basta ya de retórica vacía: el patrimonio arde si no se toman medidas reales
Señoras, señores, vamos a dejarnos de contemplaciones líricas y a ponernos serios. Porque una cosa es emocionarse con la belleza de un lienzo del siglo XVII y otra muy distinta es protegerlo de que acabe chamuscado por culpa de una chispa. La poesía es estupenda, sí, pero no apaga incendios. El polvo químico seco sí.
Y no, no basta con hacer exposiciones con mucha luz indirecta y paneles explicativos en cuatro idiomas. El arte, el patrimonio, las piezas únicas que heredamos —y que algunos pretenden custodiar como si fueran suyas— necesitan algo más que discursos inflamados de vocación cultural. Necesitan protocolos. Necesitan equipos. Necesitan a alguien que sepa, literalmente, dónde está el extintor más cercano y cómo se utiliza.
Porque, atención, amigos: el fuego no espera a que se convoque una comisión.
Guardianes sin capa, pero con responsabilidad
Esto va de personas que sí se levantan pronto, que revisan instalaciones eléctricas, que chequean sensores, que reponen válvulas y que hacen inventario no sólo de lo que cuelga en las paredes, sino de lo que hay en los armarios de seguridad.
Esa gente —técnicos, conservadores, personal de mantenimiento, bomberos de enlace— es la que se merece todos los homenajes. Son ellos quienes entienden que una obra de arte no vale por su tasación en euros, sino por lo que representa para la memoria colectiva.
Y en esa línea de defensa no hay cabida para el adorno ni para la improvisación. Hay que tener claro, por ejemplo, la cantidad de extintor abc 6 kg que hay por planta. Si están bien ubicados. Si el acceso está libre. Si el personal sabe distinguir entre fuegos clase A, B o C. Porque un descuido, un olvido o un «ya lo haremos» es la antesala de una tragedia.
Hablar de inversión es hablar de cordura
No hay escudo más poderoso que el que se paga antes del desastre. Pero claro, cuando se trata de presupuestos, la cosa cambia. Entonces sí aparecen los recortes, los «no es prioritario», los «ya veremos el año que viene». Hasta que llega el día en que todo arde. Literalmente.
Y lo más irónico es que el precio extintor 6 kg es ridículo si lo comparamos con lo que puede salvar. Pero sigue habiendo quienes lo consideran un gasto superfluo, casi como una molestia administrativa. Como si proteger vidas y patrimonio fuera un trámite, y no una obligación moral y legal.
Pues no. No lo es. Porque cuando hay que evacuar un edificio en dos minutos, cuando el humo ya ha trepado por los muros, cuando las alarmas suenan como si el infierno llamara a la puerta, es cuando uno se acuerda de ese extintor que no estaba, o que no funcionaba, o que nadie supo usar.
Lo que no se ve hasta que huele a humo
Y aquí es donde viene el punto álgido. Porque el arte, señores, no está solo en los museos. También hay patrimonio cultural en centros comerciales, en edificios públicos, en archivos municipales, en bibliotecas escolares. Y más de una vez —demasiadas— el desastre se ha desencadenado en sitios donde nadie se lo esperaba.
Ahí tienen el caso del incendio en centro comercial, donde lo que ardió no fue sólo una estructura moderna: ardieron documentos, esculturas, reproducciones valiosas, instalaciones culturales que compartían espacio con tiendas, con restaurantes, con cines. Y ahí, lo que faltó no fue una intención. Lo que faltó fue previsión, conocimiento y reacción.
Y cuando todo queda en negro, da igual si era un Van Gogh o una exposición itinerante de artistas locales. El daño es el mismo: la sensación de haber perdido algo que no volverá.
Protección real: ni cara ni opcional
Es perfectamente posible instalar sistemas eficaces sin arruinar presupuestos. Hay soluciones inteligentes, adaptables, eficaces. Desde sistemas de detección temprana hasta aspersores de micronebulización que no dañan ni lienzos ni frescos. Desde puertas cortafuegos hasta planes de evacuación diseñados con sentido común.
Pero lo que no puede hacerse es seguir ignorando el problema. No se puede jugar a la ruleta rusa con el patrimonio. Porque ya sabemos cómo termina esa partida.
Y aquí no estamos hablando de ciencia ficción. Hablamos de algo tan concreto como revisar las tomas eléctricas, verificar los extintores, entrenar al personal, tener claro qué hacer y cuándo. Y eso, créanme, salva vidas, edificios y siglos de historia.
La cultura no arde sola, la dejamos arder
¿Quiere usted defender el patrimonio? Pues empiece por saber si hay extintores. Por preguntar si se han hecho simulacros. Por exigir que el personal esté formado. Por invertir en seguridad con el mismo entusiasmo con el que se inauguran exposiciones.
Todo lo demás son fuegos artificiales. Y de esos, ya estamos servidos.
