Un dentista apaga el fuego de un tranvía con un extintor entre el humo

Un dentista apaga el fuego de un tranvía con un extintor entre el humo

La mañana en la que el humo no nubló el instinto

Había humo. Mucho. Tanto que los cristales empañados del vagón no dejaban adivinar qué ardía. Un chisporroteo seco, eléctrico, interrumpió el desayuno rutinario de un dentista sevillano que, sin pensarlo dos veces, cruzó la avenida entre coches parados y miradas incrédulas para enfrentarse cara a cara con el fuego. Javier Acero, odontólogo con clínica en la avenida de San Francisco Javier, protagonizó una escena que parece escrita para un guion de cine… pero ocurrió en Sevilla. Y no en la ficción, sino en la cotidianidad de un martes cualquiera.

Entre el café y las llamas

Ocurrió a media mañana. Javier, con el primer sorbo del café aún caliente en la lengua, oyó un estruendo metálico. Se giró. Chispas. Humo. Fuego. El tranvía que circulaba hacia Plaza Nueva había sufrido un fallo justo al cambiar de vía. La catenaria se introdujo en el vagón. El incendio se desató. Los pasajeros, cuatro según el Ayuntamiento, lograron salir por sus propios medios.

El conductor, atónito, ya se encontraba fuera del vehículo, descompuesto. Javier, lejos de retroceder, avanzó entre la confusión. Porque antes que dentista es médico, y antes que médico, ciudadano.

Extintor en mano: una lección de prevención y valentía

En el interior del vagón, el humo lo cubría todo. Lo primero que buscó fue un extintor. Lo encontró. Pero apenas quedaba espuma. Inservible. Un detalle que debería hacer reflexionar a los responsables del servicio de transporte: ¿están todos los vehículos equipados con extintores en buen estado? ¿Se revisan periódicamente? Este episodio, más allá de lo anecdótico, deja una enseñanza clara: la necesidad de contar con sistemas de extinción eficaces, actualizados y accesibles en todo espacio público, incluidos los tranvías.

Apenas un 15% del relato y ya parece evidente que más ciudadanos, como Javier, podrían salvar vidas si supieran actuar. Pero también que, sin herramientas adecuadas, el valor no basta. De ahí la importancia de comprar extintores fiables, revisados y homologados para medios de transporte urbano.

Un banco, un extintor, y un segundo héroe anónimo

Y entonces apareció otro actor inesperado: el director de la oficina del Banco Santander, situada a unos metros del lugar del incendio. Al ver la escena, no dudó. Salió a la calle, extintor en mano, y lo entregó a Javier, que volvió a entrar en el vagón. El foco del incendio parecía provenir del techo. Llamas cayendo. Cables. Material ardiendo.

Dentro, la visibilidad era prácticamente nula. Alguien gritaba desde fuera: “¡Que va a explotar!” Pero Javier no titubeó. En segundos, con el nuevo extintor, apagó el fuego. Solo entonces llegaron Policía Local y Bomberos. Para entonces, ya todo había terminado.

Una historia que demuestra que la ciudadanía puede ser la primera línea de respuesta, si dispone de los medios adecuados. De ahí la importancia creciente de la venta de extintores a particulares, negocios e instituciones. Porque un extintor puede marcar la diferencia entre un susto y una tragedia.

Un conductor en shock y una ciudad que observa

El conductor del tranvía, lógicamente afectado, fue consolado por el propio Javier. “Le dije que esto le podía pasar a cualquiera”, comentó más tarde el dentista. Un gesto humano, generoso, que redondea una actuación ejemplar. Una escena que deja claro que la seguridad contra incendios no es solo cosa de técnicos o cuerpos de emergencia.

Un trabajador del mismo banco relató lo sucedido con la naturalidad de quien aún no asimila haber participado en un momento tan singular. “Llevo tres días en esta oficina y ya me he encontrado con esto”, dijo antes de volver a su puesto.

En esa frase sencilla cabe toda la sorpresa y el desconcierto de una mañana diferente, marcada por el humo, el calor… y la rápida intervención de dos personas comunes, pero ejemplares.

Un aviso para el futuro: invertir en prevención

No hubo heridos. No hubo daños mayores. Pero pudo haberlos. El sistema falló en un punto crítico: la prevención. El extintor del tranvía no funcionaba adecuadamente. Nadie, salvo un dentista y un banquero, tomó la iniciativa inmediata. ¿Y si no hubiera estado allí Javier Acero?

Casos como este deben hacer repensar la normativa y la operativa de seguridad. No basta con tener extintores. Deben funcionar, estar visibles, y ser conocidos por los usuarios y conductores. Es imperativo que los sistemas de transporte inviertan no solo en tecnología, sino también en cultura de seguridad y mantenimiento riguroso de sus equipos de extinción.

Al fin y al cabo, como bien destaca la prensa en noticias similares, la diferencia entre una anécdota y una desgracia muchas veces está en la presión correcta de un extintor.

Reflexión final: más formación, mejor equipamiento, mayor conciencia

Los incendios urbanos, especialmente en medios de transporte como tranvías, no son frecuentes, pero sí posibles. Basta un error técnico, una chispa, un cruce de cables, para desencadenar una emergencia. Y cuando eso ocurre, el tiempo de reacción es mínimo.

Por ello, formar al personal, revisar los equipos periódicamente, y fomentar una cultura de autoprotección se vuelve una inversión, no un gasto. Porque no siempre habrá un Javier Acero en la cafetería de enfrente. Y porque cada extintor, cada segundo, puede evitar lo irreparable.

Lo sucedido en Sevilla nos recuerda que la heroicidad puede esconderse en una bata blanca o en el traje de un director de sucursal. Pero también que la responsabilidad es colectiva: de administraciones, empresas y ciudadanos.

La próxima vez que suba a un tranvía, mire a su alrededor. Localice el extintor. Pregúntese si sabría usarlo. Porque, como ocurrió en San Francisco Javier, cualquier día puede amanecer con una chispa, y cualquier héroe puede llevar bata… o corbata.