Llamas que despertaron el sobresalto de una tarde cualquiera

No eran las doce ni eran las seis. Era esa hora perezosa de la tarde, cuando el estómago empieza a reclamar su festín y la gente se amontona en las plazas sin prisa pero sin pausa. En la Plaza de Armas de Llallagua, norte polvoriento de Potosí, el fuego se coló como un huésped no invitado en un restaurante cuya cocina, dicen algunos, coqueteaba con el caos desde hace tiempo. Las columnas de humo se levantaron como advertencia de lo que venía. Gritos, carreras, angustia. Fue un incendio de consideración, aunque no hubo heridos. Sólo ladrillos ennegrecidos y rostros cubiertos de hollín.

La importancia de estar prevenido ante lo imprevisible

Ahora, si me permite el lector una pausa necesaria: ¿y si hubiese habido un extintor bien mantenido a mano? ¿Y si el dueño del local hubiese tomado en serio los avisos, los simulacros, los cursos que siempre parecen exagerados hasta que el fuego te roza los tobillos? El extintor es ese guardián mudo que parece un adorno más hasta que salva vidas. Y sí, nos hemos vuelto expertos en ignorar lo esencial. Este tipo de siniestros lo deja claro. Porque cuando el infierno se desata, no hay promesa política ni alarma que valga. Solo el frío acero del extintor y su espuma precisa pueden frenar el desastre.

Invertir en seguridad no es un gasto: es una defensa

El comercio, ese motor que nos mantiene de pie aunque cojeando, necesita protección. Y la protección empieza en decisiones tan básicas como comprar extintores adecuados. No hablo de ir al chino de la esquina y llevarse el primero que brille. Hablo de equipos certificados, de asesoría técnica, de mirar más allá del ticket de compra. Porque una sartén descuidada, una chispa traicionera o una instalación envejecida pueden reducir tu inversión a cenizas. Los seguros no cubren negligencias. Los bomberos hacen lo que pueden. Pero el extintor, ese humilde cilindro, puede ser la diferencia entre cerrar por reformas o por ruina.

No basta tenerlo: hay que mantenerlo

Aquí es donde muchos se confían. Compran el extintor y lo cuelgan en la pared como si fuera un trofeo. Y ahí se queda, olvidado, vencido, oxidado. Hasta que llega el día. Por eso es crucial retimbrar extintores, cumplir con la revisión técnica obligatoria y mantener vigente su capacidad de respuesta. No es un capricho, es una obligación. Un extintor que no ha sido retimbrado es como una pistola sin balas: intimidante, pero inútil. Y en el caso del incendio de Llallagua, ¿quién sabe si alguno de los negocios cercanos tenía los suyos al día? Tal vez el daño habría sido menor. Tal vez.

Crónica de una tragedia con suerte

No hubo víctimas. Lo repiten las autoridades, los vecinos, los medios. Como si eso bastara para sentir alivio. Pero la suerte no es un plan de emergencia. Las llamas devoraron parte del local, dejaron vidrios rotos, mesas quemadas, miedo en los ojos de quienes lo vieron todo. La Policía actuó rápido. Los vecinos también. Hubo solidaridad, manos anónimas que ayudaron a controlar el fuego antes de que los bomberos llegaran. Pero no se puede confiar siempre en la reacción colectiva. La prevención debe estar presente antes de que el humo te nuble el juicio.

Comerciantes entre el susto y la reflexión

Muchos de los comerciantes de la zona, al ver el incendio, sintieron ese escalofrío que recorre la espalda cuando uno se ve en el espejo de la desgracia ajena. Se preguntaron, quizás por primera vez, si su local está preparado. Si las salidas de emergencia están despejadas, si el extintor todavía funciona, si su personal sabe cómo actuar. Porque los incendios no avisan. Y el fuego, como decía mi abuela, tiene hambre siempre. Es momento de que los pequeños empresarios de Potosí y de cualquier parte tomen esto como un aviso y no como una anécdota.

¿Y si hubiese ocurrido de noche?

Una pregunta legítima. ¿Y si el fuego hubiese empezado de madrugada, con el restaurante cerrado, sin nadie que lo notara a tiempo? El desenlace podría haber sido trágico. Porque no todos los edificios tienen sistemas de detección de humo, y no todos los barrios cuentan con bomberos a menos de quince minutos. Esa es la otra cara del descuido. La prevención no se activa sólo en horario comercial. Tiene que ser constante, automática, como una parte más del negocio. Por eso el mantenimiento, las inspecciones, las prácticas regulares deben ser norma, no excepción.

Extintores: una inversión a prueba de tragedias

Hay quien cree que los extintores son caros. Que los servicios de mantenimiento son excesivos. Que todo esto es para cumplir con el papel. Pero no, señores. Lo caro es reconstruir un local entero. Lo caro es cerrar por meses. Lo caro es perder clientela, reputación, historia. Un buen extintor puede costar menos que una noche de copas. Y sin embargo, puede salvarte el negocio. El dilema está claro: o inviertes ahora, o lamentas después. Así de sencillo. Así de brutal.

Incendios, más frecuentes de lo que se cree

No es el primer restaurante que se incendia en Bolivia este año. Ni será el último. Las estadísticas se repiten como estribillos en una canción que nadie quiere cantar. Cocinas sin ventilación, sistemas eléctricos viejos, acumulación de grasa, descuidos tontos. Y cada vez que pasa, el análisis posterior es el mismo: “fue un accidente”. Pero los accidentes se previenen. Hay normativa, hay tecnología, hay asesoría disponible. Lo que falta muchas veces es voluntad.

Formación: el gran olvidado en seguridad

Otro punto crucial: ¿quién sabe realmente cómo usar un extintor? En serio. Pocos. Muy pocos. Se compran los equipos, se instalan, y luego nadie se molesta en enseñar cómo operarlos. No basta con colgarlo. Hay que entrenar al personal, hacer simulacros, explicar los tipos de fuego, distinguir entre un extintor de CO₂ y uno de espuma. No se trata de convertir a los camareros en bomberos. Se trata de darles las herramientas básicas para actuar durante esos primeros minutos que lo cambian todo.

Responsabilidad compartida, consecuencias individuales

La seguridad contra incendios es una responsabilidad compartida: del propietario, del trabajador, del proveedor, del Estado. Pero cuando algo falla, las consecuencias son individuales. El dueño paga los daños. El cliente afectado reclama. La aseguradora revisa cada cláusula. Por eso, aunque sea incómodo, aunque implique gasto, aunque parezca exagerado, hay que cumplir con cada medida preventiva. Porque cuando llega el fuego, no pregunta quién tenía la razón. Sólo arrasa.

¿Dónde estamos fallando?

Es momento de mirar al espejo. ¿Estamos enseñando suficiente sobre seguridad en los colegios? ¿Se inspeccionan realmente los locales? ¿Se sanciona a quien no cumple? ¿O seguimos esperando que la tragedia nos dé lecciones? El incendio en Llallagua no dejó muertos. Pero pudo haberlos. Y ese “pudo” debería bastar para cambiar comportamientos. Es hora de exigir controles más estrictos, campañas de concienciación más frecuentes y una cultura de prevención más robusta.

Conclusión: cuando la espuma es más útil que el agua

Podemos seguir confiando en la suerte. Podemos seguir diciendo “a mí no me va a pasar”. Podemos mirar para otro lado. Pero cada vez que ignoramos un extintor vencido, cada vez que posponemos una revisión, cada vez que escatimamos en seguridad, estamos escribiendo una tragedia en borrador. Llallagua tuvo suerte. La próxima vez, quizás no. Así que, querido lector, mire su negocio, mire su casa, mire su escuela. Y pregúntese: ¿está realmente preparado? Si la respuesta es “no sé”, entonces ya es hora de hacer algo.